29 agosto 2015

Abrirle las piernas al alma

Abrirle las piernas al alma, bastardearla, dejarla que se ensucie, denigrarla. Meterle los dedos hasta lo más profundo. Observarla. Descubrir sus placeres. Abrazarla. Besar su inocencia, hacer que se entregue con delicadeza, sutileza. Dar a luz su lado más salvaje. Mostrarle otros caminos posibles que la alejen de los pensamientos. Los encuentros con la mente le producen los encantos más violentos. Se enamora de ilusiones, de imágenes y anhelos. Su peor enemigo le dibuja cartografías limitadas. Se empaña, se engaña. El deseo aparece disfrazado con distintos velos. Y cuando menos lo piensa pasea de la mano con la mente, soberbia, indiferente, que poco sabe de entregarse. Soltarle las amarras al alma no sólo es liberarse, es encontrarse. Dejar que las tormentas la hagan navegar hacia sus propias oscuridades. Lograr que tambalee y se rompa en pedazos para que aprenda a volver a armarse, a amarse. Todavía me falta eso.